No sé jugar a Whatsapp. Me angustia. Ver que tengo mensajes por leer y por contestar me genera malestar físico en el estómago. Se podría pensar que eso me lleva a contestarlos, a mantenerlo actualizado para evitar este estrés, pero ni mucho menos. Otra cosa no, pero en eso de paralizarse por el estrés soy experta—mis jefas no leen mi newsletter ni entienden español así que para ellas seguiré siendo esa persona que “thrive on new challenges and difficult situations…🙃”—.
Mi paralización provocada por la cantidad de mensajes que recibo hace que estos se vayan acumulando y acumulando y acumulando y acumulando… y termino contestando mensajes meses después de haberlos recibido. Cuando cojo fuerzas y contesto a todos de golpe, básicamente. Si todavía no he contestado el mensaje que me mandaste para felicitarme el cumpleaños (hace ya un mes), que sepas que no es por ti, es que soy un desastre.
Ver los mensajes sin contestar en Whatsapp, además de darme ganas de vomitar, me hace sentirme culpable por no cumplir mi parte de esa norma no escrita por la que si alguien te escribe un mensaje tú tienes que contestar. No hablo de un mensaje urgente o en el que se pregunta una información específica, del tipo: ¿quedamos a las cinco o a las seis?, estos los contesto lo más rápido posible. Hablo de esos mensajes que antes (hace décadas) habrían sido una conversación telefónica, un email o incluso una carta. Los típicos mensajes de “¿qué tal todo?”. ¿Soy una mala personal por tardar meses en contestar estos mensajes?
Vivimos en el mundo de la inmediatez, del estar disponibles constantemente. Y es agotador. Quiero tiempo para hacer otras cosas aparte de contestar mensajes de Whatsapp. Desde aquí pido comprensión con las contestaciones tardías y de paso animo a todo el mundo a tratar ese tipo de mensaje como cartas, para que no sea yo la única malqueda. Porque al recibir una carta (si es que todavía se reciben cartas) no se espera una contestación instantánea, y no solo porque sea físicamente imposible. Se entiende que se necesita tiempo para leerla, tiempo para escribirla, tiempo para enviarla... pido ese mismo tiempo para contestar a un mensaje de Whatsapp, gracias.
Vivimos en el mundo de la inmediatez, del estar disponibles constantemente. Y es agotador.
Aunque tenga esta relación tan problemática con los mensajes de Whatsapp, reconozco también que hay ocasiones en las que nos permiten estar “cerca” de alguien cuando no podemos físicamente. A mandar un consuelo rápido, que no molesta ni agobia pero recuerda a la otra persona que pensamos en ellas. A mandar a una felicitación a alguien con quien no tienes tanta relación como para llamar pero de quien te acuerdas de vez en cuando. Además, aunque los mensajes dan lugar a millones de malentendidos, también pueden ayudar a acercar posturas y resolver pequeños enfados. De no enviar estos mensajes “que acercan” sí me arrepiento.
Hace un tiempo, una amiga me dijo que podría haber escrito un libro de relatos cortos a base de mensajes que empezó a escribirme y nunca me envió. Me parece una idea brillante y de hecho lo estoy utilizando como prompt/idea para escribir minirelatos. Porque los mensajes no enviados dicen casi tanto como los que sí mandamos.
Estos son algunos que he utilizado para empezar a imaginar historias y personajes. Si a ti también te divierte tanto como a mí imaginarte situaciones y te pones a escribir minihistorias a modo de procrastinación, te animo a probarlo.
Te echo de menos.
—
Sé que ahora mismo estamos un poco distanciadas, pero espero que podamos reencontrarnos pronto en un punto común.
—
Gracias. Por todo.
—
Me ha dolido lo que has dicho. ¿Podemos quedar para hablarlo con calma?
—
Hoy me he quedado con ganas de darte un abrazo.
—
Siento no haber estado más presente estos días. Sé que me necesitabas. Estoy aquí.
—
No sé por qué dejamos de hablarnos, pero me duele y me gustaría solucionarlo. ¿Te llamo?
—
No te he dicho nada antes pero me moría por darte un beso.
—
Te quiero.
—
Lo siento.
...
Y tú, ¿qué mensajes dejaste sin enviar?
Nos leemos.
- María
No quería terminar sin recordar que el genocidio en Palestina continúa. Hace un mes escribía que no sé cuándo podría volver a escribir sobre cosas bonitas y el privilegio de tener la vida que tengo ha hecho que lleve unos días de mejor humor, con el corazón tirando un poco más hacia la esperanza y escribiendo sobre cosas. Dicho esto, no puedo ni quiero ignorar que Palestina sigue estando ocupada (desde hace décadas) y que el ejército israelí ha cometido crímenes de guerra y asesinado a más de 15.000 palestinos desde el 7 de octubre. Ni lo ignoro ni dejo de recordarlo, que es de las pocas cosas que puedo hacer.